IMPORTANCIA DEL MOVIMIENTO - En la evolución de las especies [ FILOGÉNESIS] - la función que generó la estructura corporal humana.
Joaquín Benito Vallejo
Antes de existir la vida, ya existía el movimiento, aunque éste fuese de
una categoría distinta al de los seres vivos y al del humano.
El movimiento es la fuerza impulsora del universo y de la vida. Es la
manifestación más palpable de la
energía. Resultado de fuerzas distintas y antagónicas.
Se encuentra en los átomos y las moléculas de los elementos
químicos. Participa en todos los fenómenos
de la naturaleza
Mediante
diversos procesos y movimientos físico-químicos de organización de la materia,
como la dinámica de los átomos, las combinaciones químicas, el electromagnetismo, fenómenos de
gravitación, etc., se formaron en la tierra la atmósfera e hidrosfera
primitivas que dieron lugar al ambiente propicio de donde surgió el protoplasma
origen de la vida.
Antes
de originarse el primer organismo vivo tuvo que formarse el medio adecuado para
ello. El organismo depende del medio ambiente para su nacimiento y para su
supervivencia, a él le debe la vida y de él se alimenta. Lo genético es
indisociable de lo ambiental.
El
movimiento formó parte de los principios del universo, formó parte de los
procesos que propiciaron el ambiente donde surgió la vida, y desde entonces
forma parte de la vida misma como su manifestación más determinante,
posibilitando que el organismo se relacione con el medio de múltiples maneras y
con objetivos diversos.
La vida
es un continuo proceso de cambio, de transformación, de asimilación, de
adaptación y de reorganización, desde que tuvo su origen hace cientos de
millones de años hasta el presente y sin ninguna duda también en el futuro.
En el
protoplasma de la materia viva más primitiva, en el primer ser unicelular, ya
existían una serie de cualidades que constituyen el germen posibilitador del
movimiento, de la formación y transformación de las estructuras orgánicas e
incluso de las psíquicas. Tales propiedades son la plasticidad, la
sensibilidad, la irritabilidad y la contractibilidad.
Sensibilidad
significa tener la capacidad de reaccionar ante determinados estímulos. Ser
sensible es ser impresionable. Es decir que el estímulo, o la presión, pueden
dejar una huella sobre la materia, quedando marcada, im-presa, en el organismo.
La
plasticidad y moldeabilidad de la materia orgánica viva permiten que una huella
tras otra modifique la forma, la estructura, la función y la evolución de los
organismos. Ahí reside la capacidad de transformación de la vida: la
filogénesis. El organismo es sensible tanto al medio exterior como a sí mismo.
De esta manera puede reaccionar ante sus propias necesidades y buscar su
satisfacción en el exterior.
La
cantidad, la calidad
y la variedad
de los estímulos, -eléctricos, químicos, térmicos,
mecánicos, luminosos- influyen en las
reacciones, transformaciones y especializaciones de los organismos. Estímulos
internos y externos son como dos imanes que se atraen. La atracción, la
búsqueda, el intercambio, desencadenan funciones y comportamientos cuyo motor
primordial es el movimiento.
En el
principio de la vida y en los primeros seres unicelulares las funciones y los
comportamientos están indiferenciados. La ameba reacciona frente a un estímulo
modificando su forma. De su superficie sale una prolongación llamada seudópodo,
que a la vez que le permite apresar la comida, le posibilita también el
desplazamiento en el medio. El seudópodo parece ser a la vez pie, mano y boca.
El movimiento es indiferenciado y multifuncional: desplazamiento, preensión,
deglución... Es la misma célula la que
ejerce todas esas funciones sin que haya órganos específicos que lo hagan.
Los
estímulos son incitaciones al movimiento, para la exploración, la búsqueda, y
el desplazamiento. Son acicate para su constante acción y desarrollo, posibilitando su
diversificación, su especialización y perfeccionamiento, ampliando la
interacción entre organismo y medio ambiente. Al aumentar las posibilidades de
desplazarse y desenvolverse en el medio, se accede a nuevos espacios, nuevos y
diferentes estímulos, nuevas fuentes de alimento. Estas acciones a su vez
modifican al entorno y también al mismo organismo, exigiéndole una constante
adaptación y reorganización. Los nuevos estímulos dejan gravadas nuevas
huellas, que los organismos deben integrar y transmitir a sus descendientes
para mejorar su relación con el medio. Así se va originando una especialización
mayor, una diversificación del movimiento y sus funciones, nuevas
diferenciaciones en la forma de órganos y organismos.
De esta
manera, los seudópodos van adoptando formas muy diversas: de dedo, de
filamento, de rama, de lóbulo, etc. Las células se agrupan y especializan en
funciones diferentes, según la composición de su protoplasma, de su
sensibilidad, de las reacciones ante los estímulos y de la especificidad de
éstos. Se producen especializaciones entre órganos y entre organismos.
De este
modo, la diversidad en los seres pluricelulares e invertebrados llega a ser
inmensa. Sin embargo, el proceso evolutivo seguido desde éstos hasta la
aparición del pez continúa siendo desconocido, por falta de datos fósiles.
La
evolución, como queda dicho, se lleva a cabo mediante una interacción entre
organismo y medio en la que ambos se modifican teniendo en cuenta una amplia
perspectiva temporal. La relación fundamental y primaria en esa interacción es
el movimiento. Éste siempre va ligado a las necesidades más vitales: la
alimentación, la reproducción, el cuidado de las crías, la defensa, el hábitat.
El movimiento está en la base de todas las conductas, abre otros campos
sensoriales y perceptivos, es el desencadenante principal de otros
comportamientos más complejos, el motor y la vanguardia de los procesos
evolutivos como postulan entre otros Cordón (9) y Piaget (28).
En las
variadísimas formas que ha ido desarrollando la vida, la estructura corporal de
todas las especies es el resultado de las características y logros de sus
movimientos en la constante relación con el medio. Es una estructura definida por
y para el movimiento, en torno a la que se han ido ordenando las demás
funciones con sus órganos, fijándose genéticamente generación tras generación
debido a esa cualidad plástica e impresionable de la materia viviente.
La
evolución se decantó por la estructura simétrica bilateral de los organismos,
aunque en su origen y hasta el pez, parece que la estructura dominante fue la
simetría radial. También es fácil deducir que la simetría radial diera origen a
la bilateral, no que fuera algo distinto.
La
estructura está adaptada al movimiento, o dicho a la inversa: el movimiento
generó la estructura mejor adaptada para desarrollar su función. La estructura
es la consecuencia de la adaptación al medio. Se podría decir que no es un
único órgano el encargado de desarrollar el movimiento si no que es todo el
cuerpo. En los peces, su cuerpo fusiforme es la mejor solución al
desplazamiento en el medio acuático, cuyo movimiento se caracteriza por
impulsos vibrátiles ondulantes.
La
especialización del movimiento en el agua dio como resultado la formación de la
columna vertebral en torno a la cual se organizaron todos los órganos con sus
funciones vitales: circulación, respiración digestión... a los cuales sirve de
protección. En el extremo anterior,
lógicamente, se desarrollaron los órganos de la percepción, para poder captar
todo lo que ocurre en el medio mientras se produce el desplazamiento. Allí se
encuentra también la boca, que en coordinación con los órganos perceptivos y
con el desplazamiento general del cuerpo atrapa los alimentos. Y en el interior
mismo de la columna, para su mejor protección, transcurre el delicado sistema
nervioso que desemboca en la cabeza formando el cerebro, donde se centralizan y
organizan las informaciones sensoriales y motoras, en una retroalimentación
permanente.
La
sensibilidad del protoplasma, primitivo al permitir al organismo captar los
estímulos del medio exterior e interior y reaccionar ante ellos, dio origen al
sistema nervioso y a la estructura cerebral.
El
movimiento, al desencadenar la formación de comportamientos más complejos y
diferenciados proporcionó nuevas informaciones sensoriales que dieron lugar
también a reacciones más organizadas a esos estímulos. De este modo, el sistema
nervioso creció y por consiguiente también el cerebro, asumiendo éste la
organización de las informaciones, la programación de sus consiguientes
funciones y los comportamientos. Hasta el pez, el cerebro fue inexistente, un
minúsculo ganglio asumió su cometido en los invertebrados más evolucionados.
Desde entonces el cerebro fue complejizándose respondiendo al enriquecimiento
del movimiento, las percepciones y los comportamientos.
Desde
el pez hasta el hombre todos los animales participan de similares estructuras y
funciones. El modo de desenvolverse esta evolución responde a una lógica
natural, sin importar que un hecho trascendental como que el pez saliera del
agua, ocurriera de manera casual o accidental.
Después
de lograr la conquista y adaptación al medio acuático, a las especies les
esperaba conseguir la adaptación y conquista del medio terrestre. En su lucha
por sobrevivir y adaptarse al nuevo medio, estaba la capacidad de moverse en él
y percibirlo mejor. Las aletas debieron ser utilizadas como remos que empujando
sobre el suelo posibilitaran el arrastre sobre él. Ello provocaría el desarrollo
muscular y óseo de esos miembros que llegarían a convertirse en extremidades
con cinco dedos, utilizándolas para la defensa y la captura del alimento.
También se modificó la musculatura pectoral y dorsal, así como la columna, cuyo
extremo anterior, la cabeza, logró una mayor independización ampliando su campo
de visión.
A lo
largo de la evolución las especies han explorado multiplicidad de formas de
desplazamiento. Unas no fueron capaces de adaptarse al medio y persistir, otras
por el contrario sí. Entre estas últimas, algunas llegaron a una
especialización muy cerrada y no evolucionaron, otras volvieron a perder
miembros y capacidades anteriormente desarrolladas, otras más, se
apartaron de la línea evolutiva adoptando
órganos diferentes según su desplazamiento.
De este
modo los reptiles llegaron incluso a volar, pero el progreso evolutivo no
continuó en el medio aéreo, porque sus
miembros anteriores tuvieron que especializarse en el vuelo, quedando
inutilizados para la manipulación.
La evolución de la vida sobre la
tierra está marcada por la ley de la gravedad. El amplio cometido del
movimiento será la óptima adaptación a esta ley, concretizada en pasar desde la
horizontalidad a la verticalidad; desde el desplazamiento arrastrándose por la
tierra, al desplazamiento erguido con el mínimo contacto sobre el suelo, el
mejor desplazamiento con el mínimo esfuerzo. Esta consecución duró miles de
millones de años, durante los cuales el movimiento exploró miles de variedades
de desplazamientos y adaptaciones a entornos diversos, generando las múltiples
especies animales caracterizadas por estructuras acordes al tipo de
desplazamiento.
Los
reptiles dieron lugar a los mamíferos. Estos consiguieron una motricidad mejor
coordinada y veloz, con menor gasto de energía. Sus miembros se estilizaron y
verticalizaron, por consiguiente, su cuerpo se levantó más del suelo. Su cabeza
siguió independizándose de la columna ampliando el campo perceptivo.
Ocasionalmente primero y más permanentemente después, los miembros anteriores
ayudaron a la captura del alimento, estableciéndose una coordinación entre la
visión, los miembros anteriores y la boca. Estas especializaciones se vieron
reflejadas en una nueva organización cerebral que se superponía a la
reptiliana, fue el llamado cerebro paleomamífero.
Las
adquisiciones motrices propician un mayor campo perceptivo, una alimentación
más rica y variada, una mejor adaptación al medio. Todas ellas, actuando
conjuntamente siguen proporcionando mejoras evolutivas.
El
progreso estaría únicamente en el camino de la verticalización. La evolución no
avanzó con los mamíferos que se especializaron en la locomoción, sino con los
que utilizaron los miembros anteriores como órganos de preensión. Esta
adquisición implica que los miembros
inferiores se especialicen más en el mantenimiento de la postura, lo que se
consiguió con una rama de los mamíferos que adoptaron la vida arbórea: los
primates, cuya madre es la ardilla.
Estos
animales se especializaron en el desplazamiento sobre las ramas de los árboles,
colgándose y balanceándose con los brazos, -por lo que también se denominaron
braceadores-, saltando y haciendo piruetas.
Las consecuencias de esta motricidad
son múltiples: modifican la anatomía de la cintura escapular, (tórax, esternón,
clavículas, omóplatos y columna) así como la de los brazos, haciéndoles más
fuertes y largos, y por supuesto la de la mano, con la oponibilidad del dedo
pulgar. Desarrolla complejas formas de equilibración produciendo una
transformación en el oído interno, laberinto y tímpano. A la multitud de
estímulos propioceptivos que esta actividad provoca se añaden también los
estímulos exteroceptivos visuales que junto con la finísima coordinación entre
el ojo y la mano para calcular las distancias en los saltos y prenderse de
las ramas, condujo
a una visión
estereoscópica, -tridimensional-, con la consiguiente modificación
anatómica del ojo.
Podemos ver con el ejemplo de los
primates, cómo unos comportamientos desencadenan otros y cómo todos actúan
entre sí enriqueciéndose y complejizándose. Todo ello genera una nueva
expansión cerebral, más organizada y compleja, asumiendo y dirigiendo después
los nuevos comportamientos. Es el cerebro neomamífero o neocortex.
Estos logros sitúan a los primates
en el umbral de los prehomínidos. Sólo les quedaba un paso: diversificar aun
más el papel de los miembros superiores e inferiores adiestrándose en funciones
distintas.
La vida
arbórea no tenía futuro evolutivo, restringía la utilización de las manos, la
alimentación y la socialización. Por el motivo que fuese unos grupos de
primates abandonaron los árboles y se adiestraron en el caminar bípedo
favoreciendo las consiguientes modificaciones anatómicas: formación del arco
transversal en los pies; reducción de los dedos y pérdida de la oponibilidad
del dedo pulgar; alargamiento de las piernas; acortamiento y ensanchamiento
antero-posterior de la pelvis; enderezamiento y ondulación de la columna;
verticalización de la cabeza y
ampliación del espacio craneano para dar cabida al aumento cerebral;
liberación definitiva de los brazos y de las manos con lo que éstas pueden
explorar todo tipo de acciones manipulativas: recoger, rascar, golpear, cortar,
lanzar, empujar, retorcer, etc., que en la vida arbórea no pudieron
desarrollarse. Paralelamente se afina la coordinación óculo-manual y se
independizan los dedos, se ajusta el tono, se precisa la acción y se desarrolla
la sensibilidad táctil que informa de las texturas, formas, consistencias,
presión, etc.
Las
manos se convierten en las herramientas del hombre, en los instrumentos que a
su vez construyen otros instrumentos valiéndose de objetos diversos, edificando
en un proceso cada vez más acelerado, la civilización, el lenguaje y la
cultura. El movimiento siguió cumpliendo una función de supervivencia como es
la búsqueda, consecución, preparación,
conservación y almacenamiento del alimento. A estos acontecimientos se debe la
última reestructuración cerebral con la expansión de la corteza y los lóbulos,
cuyo cometido en síntesis, es la programación, regulación y verificación de la
actividad consciente.
En la actividad manual se establece
otra diferenciación y especialización. Una mano realiza fundamentalmente la
acción mientras que la otra ayuda sosteniendo el útil. Esta asimetría en la actividad
manual desarrolla la asimetría en la actividad cerebral, inexistente en las
anteriores especies animales. La mano que realiza la acción desarrolla una
dominancia respecto a la otra, adquiriendo un tono más ajustado, una mejor
precisión y coordinación. De la utilización de esta mano en las actividades con
los objetos dependerán las operaciones lógico matemáticas y el lenguaje,
quedando todo ello reflejado en el hemisferio contrario, que en gran número de
casos es el hemisferio izquierdo y dominante. Con las manos se produce también
el trabajo en torno a actividades relacionadas con la alimentación, y al
mejorar ésta sobre todo con la utilización del fuego, se modifica el esqueleto
craneano y mandibular posibilitando un mayor espacio para el cerebro y la
vocalización.
Por otro lado, se desarrolla, la
socialización del trabajo. Las actividades se realizan en común,
estableciéndose la repartición de tareas, su coordinación, distribución y
organización.
Con la repetición de la acción se
posibilita su interiorización mental. La acción llega así, a ser imaginada,
representada, prevista y programada.
Cimentándose en las acciones y
repeticiones se produce el lenguaje hablado y escrito, y las operaciones
cognitivas. La vocalización al principio sería onomatopéyica, imitadora del
sonido o de otras características de la acción. El lenguaje escrito, también en
un principio, estaría formado de dibujos esquemáticos o símbolos de las
acciones. Más tarde aparecerá el signo que no tiene ninguna relación directa
con la acción sino que es una abstracción arbitraria del objeto o de la acción.
El lenguaje supone la estructuración mental de la acción en el espacio y en el
tiempo. Signos son también los números. Estos representan cantidades de
objetos, mientras que las operaciones matemáticas son la abstracción de las
acciones que con los objetos podrían llevarse a cabo.
El pensamiento supone la abstracción
de la acción: Su rememorización, su estructuración, su programación, su
reordenación... Sin movimiento no hay acción. Sin acción no hay pensamiento.
Contemplándolo a través de la
amplísima perspectiva filogenética de miles de millones de años, podemos
comprender la decisiva influencia del movimiento en tres aspectos clave: (1) en
la configuración de la estructura corporal; (2) en la compleja organización del
cerebro, y por lo tanto del psiquismo; y (3) en la socialización, con el
consiguiente desarrollo del lenguaje y de la cultura.
BIBLIOGRAFÍA
SELECCIONADA
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