Síntesis
La consciencia del propio cuerpo implica la consciencia del espacio, y la de los otros cuerpos de las otras personas que ocupan también el espacio.
Al referirse a la consciencia corporal
deberíamos centrarnos fundamentalmente en el movimiento y a las tareas
relacionadas con él, ya que es el
quehacer más importante del cuerpo y es la función de la que podemos ser más
conscientes. Nuestra consciencia del cuerpo, de sus órganos y funciones, es
prácticamente nula.
Así pues, la
consciencia del propio cuerpo incluido el movimiento es limitada, muy limitada incluso. Siendo tan solo
además, un aspecto de la consciencia de sí mismo. Esto último abarca un campo
más amplio que el propio cuerpo, aunque no dejen de estar ligados a él:
pensamientos, sentimientos, sensaciones, emociones…, contradicciones,
conflictos…
La consciencia de sí mismo y la consciencia corporal deberían ir
ligadas pero a menudo no es así.
En
cualquier caso, la consciencia corporal implica la consciencia del
espacio, y la consciencia de los otros.
Porque nuestro cuerpo ocupa un espacio, y cuando se mueve y se desplaza, un
espacio que también está ocupado por los otros, por lo tanto se necesita un
mínimo de consciencia del espacio que nos rodea y de las demás personas que
viven y habitan ese espacio.
Hemos
de ser conscientes de que nuestro cuerpo, nuestra psiquis, nuestra
personalidad, nuestra supervivencia
meramente animal, pero más aún social depende del medio ambiente en que
vivimos, un medio no solo físico, sino social y cultural, creado y alimentado
diariamente por las demás personas, que también viven en ese espacio y es
compartido por ellos.
Vivir significa compartir. No podemos vivir sin los
demás.
La
consciencia corporal se lleva a cabo y se desarrolla mediante el movimiento y el
tacto fundamentalmente.
El movimiento es
la función más activadora de esa consciencia al transmitir el máximo de
informaciones sobre la actividad corporal, muscular, articular, tendinosa,
segmentaria, etc.
Y también sobre el estado anímico y emocional, porque estos
se reflejan en el cuerpo.
Cuerpo y movimiento
son la materia y la acción donde se inscriben y se expresan las emociones.
Estar y sentirse
pesado, tenso, inquieto, rayado, liviano, despistado, centrado, eufórico,
altivo, arrogante, tímido, cabizbajo, sonámbulo…, son los diversos reflejos de las
emociones.
Y
por otra parte, a través del movimiento tomamos consciencia del espacio, del
espacio que ocupamos, -la kinesfera- del espacio que
compartimos, del espacio total en que nos movemos.
Mediante
el movimiento se ejerce un continuo juego de tensiones musculares, a través de
las cuales puede despertarse la consciencia no solo de la tensión, sino del
volumen, de la temperatura, del espacio interno del cuerpo.
Nuestra limitada y relativa consciencia
debe situarse en el conjunto de nuestro
cuerpo y en cada una de sus partes ejerciendo su función sobre todo en relación con el movimiento.
Durante el movimiento
las partes activadas son todas, pero de manera diferente. Aunque siempre de
manera interrelacionada.
(Y todo lo que hacemos en la vida diaria es
movimiento.)
Ser conscientes en cada
momento del cuerpo en relación con el movimiento, es estar presentes en nuestro
cuerpo, estar presentes en nuestro yo, en nuestro ser.
En el aquí y en el ahora. En cada
instante.
No
estar en nuestro ser en cada instante, significa estar perdido, distraído,
disperso.
Es propio de las situaciones de estrés.
O de enajenamiento y de
alguna forma de alienación.
Estar presente corporal y conscientemente, nos
equilibra, nos tranquiliza, nos hace más disponibles hacia uno mismo, hacia los
otros, y para la actividad.
Estar
disponible es estar atento y receptivo hacia lo que uno mismo y los demás
necesitan y desean de nosotros.
Estar disponible significa, tener la capacidad de dar y recibir, de darse.
Darse a sí mismo y darse a los demás.
Estar
presente, ser consciente, es sentir al cuerpo de modo global y unitario, a la
vez que en cada una de sus partes en su función, -decíamos antes-.
Ser
consciente a nivel global es sentir y percibir el cuerpo entero desde los pies
a la cabeza, en su posición, en sus apoyos con el suelo, en su acción o
movimiento, en su ocupación del espacio, en su relación con los demás.
Su
posición, en principio, parte de la verticalidad, estemos erguidos de pie o
sentados o caminando, la verticalidad de nuestro eje que nos equilibra y sitúa, de nuestra pelvis y columna. Si estuviéramos acostados la posición base sería la
horizontalidad.
Una
primera tarea podría ser la observación de nuestra posición. ¿Nos encontramos
en la posición vertical, cómo y de qué
manera? ¿Todo el cuerpo mantiene esa alineación? ¿Todas las partes? Una
observación posterior y consecuente sería ¿Qué sensación, emoción, sentimiento…
me suscita esa posición? ¿me siento triste, altivo, resignado, preocupado? Lo sienta o no, esos estados se reflejan en la posición y en el movimiento. Lo sienta o no, otros solo con ver esa postura, dirán esta triste o altivo, o etc., aunque no sepan explicar porqué. En principio, la observación corporal de uno mismo es muy difícil, no
estamos acostumbrados a ejercerla.
En
un segundo momento o fase podemos empezar a observar cada parte del cuerpo en
esa posición. Primero hacemos una observación global, posteriormente más detallada.
La
consciencia corporal durante las clases o ejercicios de movimiento es una muy concreta. Pero
yo quiero referirme aquí a otra, a la consciencia fuera de esas situaciones
oportunas. Quiero referirme a la consciencia en la vida cotidiana, cuando no
estamos participando exactamente en esas clases de movimiento. La consciencia
cotidiana puede ser una consecuencia de las clases o no. Puede haber
consciencia en las clases pero quedarse ahí sin ser llevada a la vida cotidiana. Y puede darse en la vida cotidiana sin
haberlo aprendido en clases especiales, sino que se ha aprendido en la misma
vida.
Ser consciente corporal en la vida
cotidiana significa sentir como caminas,
te sientas, estás, y además, ser consciente
del entono que te rodea y de las personas que hay en él.
Ser
consciente del propio cuerpo, del propio ser, implica ser consciente del cuerpo
de los otros y del espacio que ocupamos y nos interrelaciona. Lógicamente, la
consciencia del propio cuerpo nunca puede ser igual que la consciencia que tengo del cuerpo del
otro, del otro ser, de la otra persona corporal. No, porque los canales perceptivos utilizados
son distintos en cada caso. En la percepción del propio cuerpo son
fundamentales los canales interoceptivos y propioceptivos, mientras que en la
consciencia del otro así como del espacio, se activan los canales
exteroceptivos. Y la vivencia es más profunda en el primer supuesto. Le atañe a
uno más directamente. La implicación corporal es mayor si se da a niveles
propioceptivos, que por los canales esteroceptivos.
En
la consciencia corporal propia tanto estando estático, -erguido, sentado,
echado también pero quizá menos-, como desplazándose, es significativo sentir
los apoyos con el suelo, el volumen global del cuerpo, la ubicación de cada parte
dentro del conjunto corporal, la tensión muscular global y la tensión de cada
zona en particular, así como la
respiración.
Al desplazarse, al caminar, la consciencia ha
de estar además, en la forma en que se mueven las distintas partes del cuerpo dentro
de la unidad corporal, y hay que dar más importancia al espacio por el que nos
desplazamos y que ocupamos, -la kinesfera- que va siempre con nosotros acompañándonos, que forma parte de nosotros, el espacio íntimo que nos rodea y nos protege. Además, de cómo ese espacio está ocupado por objetos,
aparatos y otras personas. Sobre todo en las ciudades donde pueden existir
aglomeraciones grandes, en algunas calles comerciales y en los medios de
transporte entre los que destaca el metro.
En
las calles, la consciencia del espacio permite que no nos golpeemos con el
mobiliario callejero y sobre todo que no golpeemos o nos metamos en el espacio
personal de otras personas, lo que supone una invasión de su kinesfera, del
espacio personal inherente a su propia persona. Se trata de compartir un
espacio común, de ambos o de todos, sin perjudicar a los demás. Esto nos exige
también percibir el ritmo de los desplazamientos, acomodarnos a ellos, a veces
ir más rápido y otras más lento, a veces acelerar y otras, frenar. Es decir, a
la consciencia espacial se le suma la consciencia temporal.
Cuando
además nos desplazamos portando con nosotros otros objetos, que es lo habitual,
bolsos, mochilas, carros de compra, maletas, paraguas, u otros objetos más
difíciles aún, como por ejemplo, un objeto largo y puntiagudo como un palo,
barra, o similar, la consciencia ha de
estar además en el tamaño y espacio que ocupan esos objetos, así como la forma
de llevarlos, para evitar y prevenir que con ellos no golpeemos o hagamos daño
a otras personas. El objeto que portamos es una prolongación del propio cuerpo.
Puede parecer una tontería, o una
mínima y básica regla de educación, pero en general se tiene poca consciencia
de esto por lo que molestamos a las otras personas que ocupan accidentalmente
el mismo espacio que nosotros. Es fácil verlo a diario. Personas que nos
atropellan o que atropellamos. Personas que nos empujan o que empujamos. Sobre
todo en el metro es muy habitual ver gente con mochilas que se la está metiendo
literalmente por las narices a otras personas. Si hay una cierta dificultad en
percibir el espacio a nuestro alrededor, la zona más difícil es la espalda.
Aquí, la poca consciencia que podamos tener desaparece por completo. Por ello,
como apuntaba antes, hay que ser conscientes también de cómo hay que portar los
objetos para tener más percepción de ellos, y para colocarlos donde menos
podamos molestar a los otros. También la forma de llevarlos, debe ser la que
menos molestia nos cause a nosotros, pero los demás deben ser más o tan
importantes como nosotros en esto.
Desarrollar
este tipo de consciencia no significa solamente tener una mínima regla de
“urbanidad” o de educación con los otros, significa mucho más, significa que el
ego, esté en concordancia con los otros, con los "alter egos".
Estos aspectos intentamos desarrollarlos en las
clases para aplicarlos posteriormente a la vida cotidiana.
La
conciencia del otro/s va implícita en la conciencia de sí. Lo que nosotros
somos se lo debemos en gran medida a los demás. Nuestro ser se forma en
relación con los demás. Sin ellos, nosotros nunca hubiéramos sido. Sin embargo
esta conciencia parece muy relativa. Parece que nuestro ego ahoga al de los
demás. Parece que utilizamos a los demás únicamente para lo que nos conviene.
No nos han educado para convivir ni compartir con los demás. Lo queremos todo.
Queremos ser más que el otro. Por encima del otro. En contra del otro. A pesar
del otro…
Nos han educado para competir, no para compartir. Esta es la razón por la que una gran mayoría opina que el ser humano es egoísta "por naturaleza". Se confunde lo natural con lo aprendido. Nos han enseñado y educado para ser más que los demás. Para ser y estar sobre los demás. Nos han enseñado a desconfiar del otro como un enemigo capital. No nos han enseñado ni educado para compartir privilegios y responsabilidades desde que nacemos.
Otra
realidad es que, o nos han educado en la abundancia o en la carencia. Nunca en
la equidad, nunca en el desarrollo del propio yo. O nos han dado lo que no
necesitamos o nos han quitado lo necesario. Ambos caminos llevan al mismo
puerto. A querer ser más que el otro, a costa del otro, por encima del otro.
Porque sencillamente no somos nosotros.
Tener
consciencia del propio cuerpo y de los
otros va más allá del propio cuerpo. Es ser consciente de uno mismo como
persona, como ser único e intransferible. El psiquismo radica en el cuerpo pero
no es solo el cuerpo, es distinto al cuerpo. Tampoco es más que el cuerpo. En
la consciencia del ser está integrado, ha de estar integrado, la consciencia
del cuerpo, del espíritu y del otro.
“Ruth Nejter –eutonista argentina-.Cuando
hablamos de conciencia, de la propia conciencia, no puedo dejar de pensar en
la "conciencia comunitaria" en poder abrirnos a una conciencia global
que nos involucre para una sociedad mejor. Menos violenta. menos voraz, con una
competencia que se oriente a ser mejor y no a tener más.”
Cuando se trata de cuidar o
acompañar, a enfermos, ancianos o niños,
o trabajar terapéuticamente con otra persona, así como con ejercicios en clase
entre parejas, tratamos de desarrollar estos aspectos: consciencia corporal
propia, consciencia del movimiento, consciencia del espacio, consciencia del
otro/s, consciencia del espacio compartido, consciencia del ritmo de uno y
otro. Así como la adaptación al otro, la compartimentación con el otro, sin dejar
de ser uno mismo, sin perder la propia identidad. Cuando se trabaja con otra
persona (pacientes, enfermos, alumnos, compañeros…) se ha de estar en
vinculación profunda con esa persona.
- Pero
no solo en los casos terapéuticos, sino siempre hemos de ver a los demás tan
importantes e imprescindibles como uno mismo, donde el Yo y los Otros mantienen
un equilibrio-.
La
consciencia del otro, la consciencia del espacio, tenerle presente, supone no
la autogestión sino la cogestión. Un ser tiene que gestionarse su vida pero
teniendo en cuenta la vida del otro, con lo cual hay que compartir, no hay que
excluir, esa co-participación, implica la co-gestión. Gestionar la
vida en común, en relación con los otros, adaptación mutua, aceptación mutua. Hay
cosas, espacios y aspectos que pertenecen a ambos, aunque también hay otros que
pertenecen a uno solo. Aceptación del otro implica por tanto también, que el
otro es distinto, que tiene cosas diferentes, que tiene decisiones propias que
pertenecen a su vida nada más.
Y en esta sociedad en la que vivimos, -y hoy más que nunca-, estamos gestionados, manipulados, engañados, castrados..., por mafias asentadas en los gobiernos, por psicópatas políticos y empresarios. Que quieren que sigamos peleando entre nosotros, a ver quién es el mejor, olvidando que contra quienes tenemos que luchar es contra ellos, contra aquellos que no nos dejan ni SER.