PRIMERA REGLA DEL MOVIMIENTO:
EL TONO ÓPTIMO
Joaquín Benito Vallejo
La mayor parte de los requisitos que
resultan imprescindibles para que se desarrolle el movimiento orgánico natural
se refieren al tono.
El tono define la energía necesaria
para que se pueda realizar el movimiento. Tono, energía y tensión son
utilizados aquí como sinónimos.
Podemos englobar al tono dentro de la energía vital general que
requiere nuestro organismo para estar vivo y considerarle además como el
aspecto esencial de esa energía. Podemos verlo como el manantial de la energía
que sin dejar de fluir, riega y vivifica nuestro organismo posibilitando la
gestualidad y el movimiento. Es el motor que la regula, que la activa o la
rebaja. Podemos concretizar más añadiendo que es el grado de tensión o de
fuerza que el conjunto de nuestros músculos mantienen para realizar sus
variadas funciones.
Pero es aun mucho más. El tono no se refiere únicamente a un
aspecto cuantitativo, sino sobre todo cualitativo. No solo determina la
cantidad de la energía, sino cómo se distribuye ésta por todo el cuerpo,
teniendo en cuenta que esa cantidad es variable, de modo que, en ningún caso
todas las partes del cuerpo tienen la misma cantidad de energía o de fuerza.
Además de la cantidad podemos hablar de la calidad de esa energía, achacando
esta calidad al estado emocional. El tono es el factor fundamental en la
expresión de las emociones. Se puede decir que no existe emoción sin tono, ni
tampoco existe el tono sin la emoción. Aún siendo distintos, están
irremediablemente ligados. Dentro del cuerpo humano y de sus acciones quizá
podamos delimitar unas, como específicamente físicas y otras independientemente
psíquicas. Pero en el tono, lo psico-físico, lo psicosomático, forma una
unidad.
Por un lado el tono proporciona al
músculo su forma, su consistencia, su elasticidad, su resistencia. Por otro
lado, también le proporciona la plasticidad, -su capacidad de transformarse-.
La expresión de un rostro y de un cuerpo, así como su actitud, viene
determinada por esa capacidad plástica de los músculos conferida por el tono.
Ello configura una especie de estilo corporal, de forma de ser psico-física
reflejo de la emotividad y de la personalidad. Cada emoción se define por un
grado y una calidad tónica que va dejando su huella marcada en los músculos
desde que comenzamos a vivir y a recibir las influencias del entorno y de las
personas que nos rodean, configurando una expresión corporal propia en cada uno
de nosotros.
Las primeras manifestaciones del
tono en el niño, están relacionadas con la
excitación que producen las
necesidades psico-fisiológicas, -como son el amamantamiento y el cuidado
afectivo-, y con la calma que sigue
a sus satisfacciones. La excitación produce una subida del tono y una
consistencia muscular más dura, mientras que la calma baja el tono y hace al
músculo más blando. En torno al contraste entre el placer y el displacer de las manifestaciones más primarias se van
configurando también las emociones.
El
miedo, la inseguridad, la pérdida, la frustración, la impotencia nos comprimen
o nos deprimen, nos aletargan, nos resignan, nos enfurecen. En definitiva nos
producen una tensión o nos dejan indefensos.
La satisfacción puede producir alegría o tranquilidad,
mientras que la insatisfacción provocará desazón o pesar. Con el tiempo, las
emociones se irán diversificando, alcanzando una amplia gama de matices que
serán expresados corporalmente mediante esa capacidad plástica del tono.
La alegría y la ira por ejemplo, se
caracterizan por un tono alto, pero la calidad de ese tono es distinta en una y
otra emoción, pudiéndose distinguir claramente en la gestualidad, en el
movimiento, en la actitud y en la
expresión del cuerpo. La tristeza y la ternura se manifiestan por un tono bajo,
sin embargo su calidad y expresividad tónicas
también son distintas y
visiblemente diferentes.
En todo caso, las vivencias personales
van a ir definiendo y conformando el tono, tanto en cantidad como en calidad.
Cuanto más variada y rica sea la expresión de las emociones, más plasticidad
adquieren el tono, el músculo y el cuerpo en general. La energía corporal
debe manifestarse en una continua
transformación y modulación a través de las emociones, las relaciones, la comunicación,
el pensamiento y el movimiento. Sin embargo, cuando alguna de estas acciones,
sobre todo las más primarias, son inhibidas o reprimidas impidiendo su libre
expresión, el tono que debía ser empleado en esa acción quedará entonces
retenido. La educación en general es represora, está a menudo poniendo
prohibiciones y limites al movimiento y a la creatividad. La expresión
significa descarga de tensión, liberación, relajación. La inhibición por el
contrario significa acumulación de tensión. (Recomendamos la obra de H. Wallon
para profundizar en los conocimientos sobre la relación del tono con las
emociones, el carácter y el movimiento)
Todos tenemos al nacer un tono personal característico, un
grado de tensión mayor o menor, los niños suelen tenerlo más alto que las niñas,
hecho que consideramos fundamentalmente cultural, antropológico, derivado de
las diferentes funciones que nuestros ancestros realizaban, unos dedicados a
los trabajos fuertes, las mujeres por el contrario, dedicadas a trabajos más variados
y de motricidad más fina. Pero ese tono primitivo no es fijo ni permanente.
Supone, eso sí, una condición y una predisposición. Después se va a modular de
forma variable dependiendo de diversos estímulos familiares, culturales y
educativos.
Las influencias para activar,
modular o inhibir el tono son múltiples. Pueden proceder de nuestro propio
organismo o del entorno. De las vísceras, la respiración, la circulación, la
sexualidad, la piel, o de nuestras emociones, deseos, necesidades, satisfacciones,
frustraciones, temores, pensamientos. Puede provenir de la actividad muscular,
tendinosa, articular, laberíntica, etc., propias del movimiento y de la
postura, o puede provenir de nuestras relaciones con los demás. En el niño
adquiere una importancia esencial la calidad del tono de la figura materna,
determinada por la forma de cogerle, tocarle, mecerle, asearle, etc., calidad
de la que el niño queda impregnado y posteriormente refleja en su actitud y
comunicación. (Ajuriaguerra llamó a esta relación “diálogo tónico”).
Los influjos para
la modificación tónica pueden ser guiados por las regiones más primitivas del
cerebro y por lo tanto ser involuntarios, o pueden ser dirigidos voluntaria y
conscientemente por la corteza cerebral.
Todo este tipo de influencias conforman en cada persona un
tono característico y una actitud corporal, pero dependiendo de las situaciones
y de nuestra consciencia, ese tono experimenta fluctuaciones y puede ser
modificado. Aunque se ha de reconocer que es muy difícil modificar el tono,
cuando este forma parte de la historia de la persona, de unos hábitos
ancestrales, de una forma de ser. Modificar el tono supondría no solo una toma
de consciencia profunda de esa forma de ser y de estar sino también una
práctica periódica casi permanente para aprender a vivir el estado tónico y
ejercitarlo de cara a su modificación con ejercicios varios.
Podemos considerar que hay tres
tipos de tono inadecuados: Uno demasiado alto, el otro como contraste, muy
bajo, y el tercero, lo podemos llamar medio o plano.
Nuestra práctica nos confirma que por lo general las
personas tienen un tono demasiado alto, -hipertonía-.
Aunque hay muchos grados de hipertono, con diferentes matices y
manifestaciones, podemos simplificar afirmando que se muestra como una
consistencia muscular dura, resistente, rígida o crispada. Hay cuerpos que
parecen estar construidos de piedra o de hierro. Pueden parecer cuerpos
acorazados como decía W. Reich, o herméticos. La coraza muscular encierra una
actitud defensiva ante el entorno, una actitud de rechazo o de enfrentamiento. En
algunos casos las emociones han sido retenidas bloqueando y acaparando el tono.
Los hipertónicos, suelen ser de carácter enérgico, recto e inflexible. Pueden
manifestar introversión o arrogancia. En el aspecto físico, la hipertonía,
dificulta el mantenimiento postural y el movimiento. El cuerpo parece soportar
una pesada y dura carga, mientras que la realización del movimiento parece
hacerse contra una enorme resistencia, con brusquedad o impulsividad utilizando
un grade de tensión mayor de la necesaria. Esa alta tonicidad limita el
movimiento. Con el tiempo, el músculo pierde su elasticidad quedándose
acortado, contraído y rígido. Las articulaciones quedan ancladas con escasa movilidad. Los movimientos tienden a ser
globales como si el cuerpo fuera un bloque compacto sin segmentos. El
movimiento tiene poca fluidez por el organismo.
Podemos ejemplificar la fluidez orgánica que debe
desarrollar el movimiento dentro del cuerpo, comparando a éste con un sistema
de tuberías que se comunican entre sí, de modo que si vertiéramos agua
suficiente en ellas, se distribuiría inmediatamente por toda la red. Si no
ocurriera así diríamos que las tuberías están atascadas en algún lugar. De modo
similar actúa el hipertono: bloquea la “red corporal de tuberías óseo-muscular”
e impide el pasaje del movimiento por ellas. Dificulta además la circulación
sanguínea pues la musculatura contraída,
comprime las venas, estrechando su perímetro y
limitando la circulación de la sangre. Esto puede desencadenar el
desgaste de los discos intervertebrales y de las articulaciones así como
dolencias varias.
Para ejemplificar la utilización excesiva de energía,
podemos también comparar al cuerpo con un aparato eléctrico. Ambos necesitan para
su funcionamiento un determinado grado de tensión. Si conectamos al aparato un
voltaje mayor del que necesita, la instalación eléctrica, el cableado, o el
motor del aparato corren el peligro de quemarse.
La persona hipertónica tiene
concentrada y retenida dentro de sí una tensión demasiado alta, respecto a la
que el cuerpo necesita para realizar sus actividades cotidianas, moverse, expresarse
y comunicarse, de modo que el organismo
se va “quemando” poco a poco, afectando a las funciones generales: respiración,
circulación, digestión, etc., así como al psiquismo. El organismo en general
sufre una presión y un desgaste excesivos.
En el lado contrapuesto y en un
porcentaje mucho menor, según nuestra experiencia, nos encontramos con las
personas que tienen un tono demasiado bajo -hipotónicas-. Su consistencia muscular es blanda; ofrece muy poca
resistencia o ninguna; el cuerpo parece de trapo; su actitud es desmadejada y
resignada. Manifiestan fatiga, pereza, decaimiento o falta de estímulos.
Parecen personas insulsas o deprimidas. Músculos y articulaciones muestran una
excesiva extensibilidad y flexibilidad. Han perdido su elasticidad, pero al
contrario que los hipertónicos, quedando
alargados, con escasa posibilidad de acortamiento y contracción. No tienen la
fuerza necesaria para la acción. Cuando se mueven puede parecer que van a
romperse en cualquier momento. Comparándolo con el sistema de cañerías, nunca
se vierte el agua necesaria para alcanzar a regar todo el circuito.
En el tercer caso, las personas que
tienen un tono fijo en un punto intermedio, neutro, se les puede llamar átonas,
son como impasibles, no manifestando fluctuaciones anímicas ni emocionales ni
artísticas. Como dice el vulgo, ni
sienten ni padecen.
El tono óptimo, ideal, es aquél
capaz de adaptarse a todo tipo de acciones y situaciones; es sumamente moldeable; puede expresar la
infinidad de matices de las emociones y las calidades de movimiento. El tono
justo mantiene lubricadas las articulaciones, elásticos y flexibles los músculos;
permite la fluidez, la precisión y la coordinación del movimiento; proporciona
calidad a la acción. Los músculos pueden contraerse y estirarse al máximo; ser
fuertes y flexibles; modular su tensión en una gama variada; parecer de hierro
o de algodón; manifestar la rabia o la ternura. En cada momento, en cada
movimiento, en cada posición, el tono debe tener el grado justo y exacto que se
requiere para ello. Ni más ni menos. Como cada zona corporal, muscular y
articular cumplen diferentes funciones en cada situación, su tono también debe
ser distinto. En cada postura y movimiento hay unas zonas que cumplen un papel
activo protagonista, quedando otras pasivas, relajadas, y liberadas para
ejercer otra actividad.
En cualquier caso nuestra atención
debe dirigirse a observar que el conjunto del cuerpo se encuentre con el mínimo
grado de tensión, la justa para mantener la actitud y desarrollar la actividad;
Que la tensión recaiga únicamente en las zonas imprescindibles y que el
movimiento se desarrolle con la mayor suavidad y fluidez.
Cuando el tono es inadecuado la
persona se muestra torpe, imprecisa, desorganizada, con una actitud inquieta,
contraída, desmadejada o dispersa. La acción le supone más esfuerzo del
necesario por lo que impide la concentración, la atención y la percepción.
Podemos modular y regular el tono (1º)
agudizando los procesos de atención percepción y conciencia corporal; (2º)
experimentado de los más variados modos posible, procesos de tensiones y
distensiones musculares donde se aprecie el cambio de consistencia y volumen
muscular; (3º) realizando siempre los
movimientos con la menor intensidad, la justa,
observando que no estamos utilizando más fuerza de la necesaria; (4º) pero
también llegando a saber que muy a menudo no utilizamos la suficiente
intensidad muscular, no sabemos servirnos de los impulsos ni de los empujes o
de las proyecciones del movimiento necesarias para el objetivo de la acción;
(5º) hay que potenciar la realización de movimientos variados transformando el
grado de tensión muscular y modulando el tono en una escala variada. Nuestra
propuesta más importante se va a centrar en el control consciente de la
actividad, partiendo de los movimientos más simples y de menor dificultad,
potenciando desde el primer momento la atención, la observación y la percepción
corporales. Tenemos que posibilitar a las personas ser conscientes de sus
manifestaciones tónicas, ayudándoles a sentirse y vivenciarse en sus diferentes
estados, dándoles pautas para ir afinando, -rebajando muchas veces, activando
otras-, su tensión paulatina y gradualmente.